Por Diego Quilahuilque, Tirúa
Desde mi experiencia de vida, tanto habiendo vivido en el territorio Lafkenche (Tirúa) y el haber nacido y estar viviendo en un lugar de mucha vida comunitaria, considero que la realidad de los pueblos originarios en nuestro país ha sido y sigue siendo muy infravalorada, tanto de parte de la sociedad en general como de quienes velan nuestro bienestar.
La falta de oportunidades que tienen nuestros pueblos originarios para dar a conocer su cultura, y su forma de vida -que tienen tanto que enseñarnos-, es lo que dificulta su permanencia a lo largo del tiempo, debido a que nuestra rutina nos obliga a dejar de lado lo esencial lo “sagradamente humano de la vida”, el Küme Mongen; vivir en comunidad, en una conexión con los demás y con nuestra casa común.
Hoy en día, tenemos la imperiosa necesidad de parar, de tomar un respiro de la incertidumbre que hemos estado sintiendo debido a las circunstancias, para volver a nuestro centro, volver a confiar y dejar todo en manos de Dios. Dejar que la sencillez airee nuestros corazones, que el necesitarnos no nos avergüence, para que pueda nacer del alma el “muchas gracias”. Como joven, siento el llamado de los pueblos originarios así como el de nuestros antepasados a valorar este lado sagradamente humano de la vida, esa forma de llevar el día a día sintiéndonos acompañados y valorados, sabiendo que el cometer errores y tener la oportunidad de remediarlos es parte de nuestro crecimiento personal, del camino hacia nuestra vocación a raíz de la escucha del Espíritu Santo, que hace que nos mueva y que el latir del corazón sea distinto, así como los peregrinos de Emaús algún día pudieron sentir en su caminar acompañados de Jesús, y que los pueblos originarios hoy en día nos regalan en su inmenso kimün –sabiduría- compartido y es en el encuentro en donde como
joven me siento llamado a rescatar y valorar su importancia en nuestro país y sociedad.
De mi paso por Tirúa, tengo los recuerdos del compartir, del disfrutar una conversación tomando mates hablando y aprendiendo acerca de su cultura, compartiendo sus penas y alegrías, su esperanza en sentirse libres de amar y seguir construyendo esa vida que sus antepasados vieron como algo común y corriente y que el incesante ruido, la avaricia, el poder mal manejado y la desesperanza están coartando la posibilidad de elegir el cómo querer vivir y caminar con otros.
Me mueve el querer transmitir el conocimiento de nuestros pueblos, que ese legado nunca se pierda y las ganas de que podamos darle el valor y reconocimiento que deben tener, que jamás dejemos que nuestro corazón deje de sentir calor por nuestras raíces y que seamos capaces y nos arriesguemos a amar y acompañar a otros, así como nos gustaría que nos acompañen, somos y seremos comunidad. En el compartir y en la diversidad está lo esencial para nuestros corazones.
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