Por: José María Jarry, profesor de historia.
Hace algunos años, cuando ya llegaban a su fin unos Ejercicios Espirituales que viví en Padre Hurtado, estaba listo para salir mochila al hombro cuando me fijé ¿accidentalmente? en un detalle que antes había pasado desapercibido. En el salón de esa casa de retiro había una vieja imagen de María hecha de yeso que tenía las manos absolutamente gastadas. El material -por el frío, el calor y el mismo paso del tiempo- se había descascarado de las manos de esa estatuilla, al punto de que casi se podía ver los alambres que sostienen las piezas. Algo tan insignificante e invisible movió con tanta fuerza una fibra en mi interior que todo lo que había vivido en esos días de silencio y oración llegaba a una especie de epítome que sin saberlo iba a marcar la ruta de mi vida y de mis búsquedas.
“Gastarse las manos de amar” fue la frase que me quedó grabada de ese día hace ya siete años, y que hoy, en los tiempos más oscuros que a nuestra generación -y al mundo- le está tocando vivir recobran fuerza y actualidad. Ver cómo proliferan las ollas comunes, las redes solidarias entre vecinas y vecinos, la organización e incluso la rabia de un pueblo que no quiere migajas ni limosnas son un llamado urgente a cuestionarnos cómo nuestra vocación personal puede ponerse al servicio de nuestras hermanas y hermanos, pero antes de seguir ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la vocación personal? Seguramente hemos escuchado muchas veces hablar de ella cuando se nos presenta la vida religiosa, y esa es una de las miles de dimensiones que Dios nos invita a vivir, pero esta no se agota solamente en un ámbito y es un regalo que nos envuelve a todas y todos. Herbert Alonso sj escribe en un texto llamado La Vocación Personal que “la personalidad de Cristo Jesús es tan infinitamente rica que abraza todas las llamadas y todas las vocaciones”, Pablo le dice a los romanos “que nos conformemos a imagen de su hijo” (Rom 3, 29). La vocación entonces no está tanto en lo que hacemos sino en lo que somos, tampoco es un don guardado para un puñado de personas iluminadas y elegidas de entre el resto de los mortales. Ese llamado vital es como una trayectoria que atraviesa todo nuestro mapa y nos conduce al yo más íntimo y verdadero, a lo que nos hace más auténticamente felices. Es lo que dota de sentido lo que hacemos, ya nos dediquemos a la educación, la política, los estudios, la vida religiosa, el activismo, la salud, etc.
Plantearse de esa manera nuestra vida nos confronta con la comodidad y el estancamiento. Si mi vocación no está puesta para mis hermanas y hermanos ¿para qué está? ¿para mi beneficio personal? ¿para llenar mi pared de certificados y diplomas? Esta trayectoria vital nos impulsa a poner la existencia en juego desde nuestras propias capacidades y realidades. La vocación es contraria al egoísmo y a la acumulación, nos acerca a experimentar la entrega y el propio actuar inspirado siempre en la búsqueda del mayor amor. Para seguir la invitación de Pablo a los romanos y conformarnos a imagen de Jesús debemos poner atención a los signos de los tiempos; hoy la realidad es frustrante porque muchas veces nos gustaría hacer más cosas de las que realmente podemos. La pandemia es a ratos tan avasalladora y el sufrimiento tan grande que cuesta creer que podamos hacer algo, pero vivir este tiempo desde una óptica cristológica nos sitúa en la esperanza. San Ignacio nos animaría a buscar el magis (el mayor amor, el “más” en nuestras vidas) y discernir cómo mi vocación hoy es fuerza y esperanza para tantas hermanas y hermanos que están viviendo la pobreza, el desempleo y la enfermedad. En estos tiempos de cuarentena aprovechemos el silencio interior y hagámonos aquellas preguntas importantes ¿Quién estoy llamado/a a ser en este tiempo? ¿puedo hacer más de lo que estoy haciendo? ¿la comodidad me la está ganando en esta pasada? Un criterio que nos puede ayudar a hacer ese discernimiento es la pregunta que Pedro Arrupe nos propone en La Iglesia de hoy y del futuro (1982) “Qué es lo que el mundo necesita y espera de nosotros, que coincide con lo que Dios quiere de nosotros en el mundo de hoy”.
Que estas preguntas nos ayuden a salir de la desesperanza en estos tiempos de tele-trabajo, tele-estudio y tele-vida. No tengamos miedo a las preguntas que surjan y a los caminos que se abran si nacen de esa trayectoria que atraviesa nuestras vidas. Hoy Dios nos invita a ser hermanas y hermanos que hagan fecundar la esperanza en nuestros barrios, ciber-espacios y rincones cotidianos.
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