Cuando estaba en el colegio Valentina Villagra iba todos los sábados a Bajos de Mena, a hacer reforzamientos de lenguaje y matemática a los niños y niñas del lugar. Un día, mientras hacían las clases, apuñalaron a un hombre justo afuera de la sala.
“Tranquila tía, todo va a estar bien” dijo Antonia, una niña de cuatro años que iba a las clases. “Hasta el día de hoy me sigue dando vueltas esa imagen, que una niña tan pequeña fuera a consolar a la “tía”, sobre una situación que para ella era normal, y eso no está bien”, recuerda Valentina. Ese, junto a otros episodios, hicieron que “se fueran aclarando las cosas sobre qué quería hacer”, comenta.
Hoy, ocho años más tarde, Valentina egresó de pedagogía y actualmente es profesora jefa de un primero básico en un colegio ubicado, justamente, en Bajos de Mena. Sin embargo, el llegar a este punto no fue una decisión fácil, ni menos una que estuvo libre de críticas.
Estudió en el Colegio Mariano de Schoenstatt, ubicado “en el sector oriente, donde está la elite de Santiago”, como cuenta. Precisamente estudiar ahí fue lo que le hizo darse cuenta de que “habían muchas personas que no tenían las mismas oportunidades que yo, y me daba rabia. Pero una rabia movilizadora que es la que me motivaba a hacer algo”, recuerda. En esa rabia se encontraba cuando, gracias a su apostolado en CVX comenzó a ir a Bajos de Mena.
Ni los bomberos, ambulancias ni carabineros entraban a la población, lugar que por un tiempo, fue considerado el mayor gueto de Santiago. “Y realmente era así, estaban aislados de todo tipo de servicios, y para mi fue muy impactante poder conocer esa realidad, y a la gente que la vivía ahí”, recuerda.
En el lugar comenzaron a hacer reforzamientos escolares y desde ahí el amor por la educación se fue haciendo realidad, “porque me di cuenta de la increíble herramienta de justicia que significa enseñar”, recuerda. Y desde ese punto la inquietud por estudiar pedagogía comenzó a ser más latente.
“Me di cuenta de que la educación ahí es donde más tiene sentido. Donde yo pueda entregar todas las herramientas posibles, para que esos niños puedan elegir que hacer con su vida y no continuar lo que tienen que ser, solo porque nacieron en un lugar, y no porque así lo quisieron, y entregar esas herramientas es lo que me hizo más sentido”.
Pero no fue fácil. Siendo la mayor de sus hermanos, las expectativas estaban sobre ella. La presión por el éxito comenzó a crecer y con ello las preguntas y los cuestionamientos. “Me empecé a dar cuenta que el estigma que tiene la educación es muy grande, y con ello la famosa frase, ‘te vas a morir de hambre’”, comenta la profesora.
Sus padres y conocidos/as, por otra parte, comenzaron a decirle que la única forma de ser exitosa en ese rubro era continuando con un magister o un doctorado, para que así ganara más plata, “porque en esta sociedad las carreras de cada uno se validan por la plata que uno gana. Y yo no quería eso, yo quería ser profesora nomás”, comenta Valentina.
Pero no se dejó influenciar, “porque si me iba a esforzar para que me fuese bien en la PSU, y después en la u, quería que fuera por algo que me hiciera feliz, y que yo encontrara que iba a tener sentido levantarme en la mañana para hacerlo. Y cuando me convencí de eso no tenía más discusión que hacer en mi cabeza”, recuerda Valentina.
Con un buen puntaje en la PSU, estudiar pedagogía se hizo una realidad. Sin embargo, al ingresar lo hizo con una idea muy ingenua, de querer ocuparse de todo, sin ocuparse de ella, “pero con el paso de los años me di cuenta que para ser un buen católico/a no hay que ser alguien que se olvida de uno mismo por los demás, sino alguien que ha encontrado a Dios en si mismo y por lo tanto se ama, y por ese amor quiere amar a los demás”, recuerda la, en ese entonces, estudiante.
Sin embargo, como recuerda “no siempre pensé así, cuando chica en verdad creía que para ser una buena católica tenía que, por lo menos, morir misionando y después tener una animita muy bonita. Pero me di cuenta que el cuidarse y el quererse a uno mismo es muy de Dios, y buscar un espacio en el que, además de que tenga sentido lo que estás haciendo, no te estés descuidando como persona, es muy de Dios también, porque no descuidas lo que te hace feliz.”
En una de sus primeras clases en la universidad, Valentina recuerda a un profesor diciendo que si habían entrado a estudiar pedagogía para cambiar el mundo, no lo iban a poder hacer. Pero eso no la detuvo, “yo pensé en ese momento que el espacio de mi fe, de creer en Dios y de pertenecer a la Iglesia, sí me da la certeza de que lo estoy haciendo, junto a muchas otras personas, es cambiar el mundo”.
Este sentimiento se comenzó a dar por sus compañeros, como recuerda “porque vivimos toda la movilización estudiantil de 2011 en cuarto medio, a si que veníamos todos bien revolucionarios”. En estos espacios comenzó a darse cuenta de que sus convicciones “no eran solo mías, y que existía más gente a mi alrededor que soñaba con la construcción de un reino de justicia ahora”.
Continúa, además, asegurando que “mi fe, en este camino, ha sido la que me ha hecho sentir acompañada. En todo momento, en mis comunidades, en mi apostolado, la u y ahora en mi trabajo”, y en esos espacios es en los que ha sentido como Dios, a través de sus amigo/as y familiares, le ha hablado e interpelado.
Este camino, a través de los reforzamientos, cuestionamientos y universidad han enseñado a Valentina que su vocación, como la conoce, “se ha determinado por donde yo pueda ser feliz, con mis cualidades y defectos, en un lugar donde sea necesitada y por los espacios donde mi trabajo ayude y tenga sentido”.
Finalmente, y como explicita, “mi vocación no se decidió una vez, es algo dinámico que ha cambiado conmigo, y el darme cuenta que, trabajando en lo que quiero vuelvo a corroborarla todos los días, para mi es transformador y es lo que tiene más sentido en lo que hago”.
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