Valentina Nilo es teóloga, madre de dos hijos y asegura que su vocación es ser laica y, desde ahí hacer su aporte a la Iglesia. Su primera experiencia fue muy de oración, como cuenta, y ahí comenzó a notar el “rol estereotipado” que tenía la mujer dentro de la iglesia.
“La mujer tenía que ser pura, calladita, femenina, era un movimiento mariano y, por lo tanto, el tema de María, y de desarrollar una teología en torno a ella era súper fuerte, y marcaba un modelo muy potente para todas”, recuerda Valentina. Durante ese periodo, estaba recién entrando a la universidad, por lo que le fue difícil adherirse a esa imagen: “tan santa y perfecta”, como recuerda
¿Qué búsquedas comenzaron en ese momento?
Una búsqueda más social. Me estaba dando cuenta de la realidad de mi país, de las cosas que estaban pasando. Surgió una incomodidad: “no puedo estar solo en un santuario rezando, quiero además estar haciendo cosas por otros” En ese momento encontré un espacio en el Techo, un lugar en el que tuve que desarrollar mi espiritualidad un poco sola, pero donde sí podía ser yo, donde no tenía que ser femenina siempre, donde la pureza y la abnegación no era un tema, y donde había más igualdad de género. En esa búsqueda, además, comencé a darle un sentido social a lo que estudiaba y a integrar mi ser mujer en mi vocación.
¿Cómo te empezaste a dar cuenta del rol de la mujer en la Iglesia?
Porque gracias a la teología comencé a conocer testimonios de mujeres que han tenido experiencias muy dolorosas dentro de la Iglesia, por no ser tomadas en cuenta, por no tener espacios de opinión y que buscan tener un rol más protagónico en la Iglesia.
Para mí fue un despertar. Hasta ese momento había estado en ambientes muy protegidos, donde las mujeres sí teníamos espacios de opinión y fue muy fuerte y doloroso encontrarme con esa realidad. Esa impotencia que sentí me movilizó a unirme a comunidades de mujeres dentro de la Iglesia.
¿Y qué fue lo que más te aportaron esos espacios?
Elaborar e instalar una voz femenina, una voz que hable de las experiencias de las mujeres dentro de la Iglesia. Que de una vez la voz de la mujer deje de estar “representada” por la voz de un hombre. Que dejemos de estar relegadas a ciertas acciones o a ciertos roles apostólicos. Estos espacios me han permitido escuchar distintos testimonios y darme cuenta de la diversidad y riqueza de la iglesia chilena, darme cuenta de que no hay homogeneidad y de la importancia de sentarse a escuchar.
Entonces, basándonos en eso, ¿no existiría una forma femenina de vivir la fe?
El tema de si existe una forma femenina de vivir la fe es un tema bien discutido dentro de la teología. Se habla del “genio femenino” que ha sido bastante cuestionado por la teología feminista. Se trata de una serie de características propias de las mujeres que representan el modo en que la mujer aporta y participa de la vida de la Iglesia. La mujer es maternal, acoge, escucha... pero es una identidad que no representa a todas las mujeres. A mi no me parece que haya una sola manera de ser mujer en la Iglesia, o una sola manera de hacer mi aporte. Y esto se puede extender a la realidad de la sociedad. Es decir, sí creo que la biología nos da ciertas capacidades biológicas, como engendrar un hijo, dar pecho, alimentar, pero eso no me determina a jugar ciertos roles. No creo que haya una sola manera de ser mujer sino que al contrario, el gran regalo y don de Dios al crearnos libres es permitirnos a cada uno elegir donde pararnos y cómo vivir y hacer nuestro aporte.
Entonces, ¿por qué crear espacios solo para mujeres dentro de la Iglesia?
Porque no se nos ha escuchado antes, porque hemos estado en los márgenes, porque hemos sido silenciadas y queremos que nos escuchen. Queremos ser escuchadas en nuestra diversidad porque no somos una voz homogénea. Queremos aportar desde distintos lugares y carismas porque no hay un modelo, es justamente lo que queremos derribar.
¿Cómo se explica este silencio “histórico” que han tenido las mujeres, específicamente, dentro de la iglesia?
Toda nuestra tradición ha sido escrita por manos masculinas, la voz femenina se ha transmitido a través de voces masculinas. Porque hemos estado insertos en sociedades patriarcales que no permiten lo contrario. Lo que falta es construir un discurso femenino, y que sean nuestras experiencias las que sean narradas directamente, no a través de la visión de un hombre que, muchas veces, limita, estrecha, reduce la experiencia y no hace justicia a nuestra realidad.
¿Cómo lo anterior nos puede ayudar a afrontar la crisis que se vive hoy en la Iglesia?
Esta crisis que estamos viviendo puede ser una experiencia de renovación importante, y ahí el rol de la mujer es clave. Las mujeres estamos reivindicando nuestro rol en la sociedad, haciéndonos escuchar y poniendo limites. Si esto no ocurre también en la Iglesia, esta va a caducar, será una pieza de museo que no tiene nada que hacer ni que decir en en mundo real. Si hoy día la Iglesia quiere tener una voz relevante y sugerente, necesita hacerse cargo de lo que está ocurriendo en la sociedad.
¿Cuáles crees tú que son las claves para que esta crisis no pase desapercibida?
Una clave importante es que los laicos nos reunamos, discutamos y soñemos con la Iglesia que queremos. El segundo paso es hablar y manifestar. Y para poder tener una voz, para poder tener una opinión, es súper importante que nos formemos. Nos hemos quedado con la catequesis que recibimos para nuestra primera comunión y con la formación teológica y religiosa que tuvimos en el colegio, si es que la hubo. No es suficiente. Un real aporte a la Iglesia debe ser instruido. Tenemos que conocer y tomar conciencia de los roles que podemos tener y de la capacidad que tenemos los laicos de transformar nuestra Iglesia.
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