“Una Iglesia Pobre para los pobres” (S.P. Papa Francisco, 2013) Esta fue la intención del Papa Francisco cuando comenzó su pontificado y ofreció su primera conferencia ante los periodistas que cubrieron el cónclave. En ese momento, mencionaba que este era el sueño de San Francisco de Asís, el hermano de los pobres, quien caminaba junto a su "hermana pobreza" y anhelaba una Iglesia en esa misma línea.
Hoy, ante la crisis de salud que enfrenta el Papa y que ha mantenido atento a católicos y no católicos por igual, he decidido reflexionar frente a la figura del sucesor de Pedro. A modo de opinión, considero que Francisco ha sido un pontífice con los pies bien puestos en la tierra, capaz de discernir los signos de los tiempos.
He escuchado decir que Dios envía al Papa que el mundo necesita, y este Papa, con su espíritu revolucionario, nos ha mostrado que, al estilo de Jesús, debemos tomar fuerzas, levantarnos del sofá y alzar la voz—mejor dicho, gritar—ante las injusticias del mundo. Pero no solo nos lo dice, sino que nos invita a ser parte de las soluciones, con la mirada evangélica de Jesús, llevando la Buena Nueva a los pobres.
Este Francisco, a menudo incomprendido, ha abierto las ventanas para que entre el aire del Espíritu y nos ha recordado, con la radicalidad de Cristo, que esta Iglesia es para todos, todos, todos. Que nadie sobra, que debemos salir de nuestros espacios y llevar a todos el amor de Dios.
Hemos hecho de nuestra Santa Madre Iglesia, como dice Francisco, lugares de ritualidad, donde Jesús ya no cabe, hemos hecho de nosotros, templos del Espíritu Santo, lugares que no viven en Jesús y que, por el contrario, hemos transformado a la iglesia en espacio de reglas y normas establecidas, creyéndonos los perfectos, ninguneando a otras religiones, nos creemos dueños de la verdad, nos hemos convertido más en testimonio de creernos buena gente que de verdaderos cristianos, hemos sepultado a Jesús. Hemos hecho de nuestra religión un espacio de roca dura, hemos hecho de Nuestro Dios de amor, un Dios castigador y que está dispuesto a juzgar. Hemos sido nosotros mismos sujetos que juzgamos. Hemos sepultado a Jesús en tantos hermanos y hermanas. Pero aún estando Jesús sepultado hay esperanza.
El Papa Francisco nos dice:
“Somos la comunidad de los que son llamados; no somos la comunidad de los mejores, no. Somos todos pecadores, pero somos llamados, así como somos (...) En la Iglesia hay espacio para todos, para todos. En la Iglesia ninguno sobra, ningún está a más, hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso, Jesús lo dice claramente cuando manda a los apóstoles a llamar al banquete de ese Señor que lo había preparado. Dice: vayan y traigan a todos: jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores. Todos. Todos. Todos. En la Iglesia hay lugar para todos. Padre, pero hoy soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí? Hay lugar para todos. Todos juntos, cada uno en su lengua… cada uno en su lengua repita conmigo: todos, todos, todos. No se oye, otra vez: todos, todos, todos. Y esa es la Iglesia, la madre de todos. Hay lugar para todos. El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos; es curioso, el Señor no sabe hacer eso, sino que hace esto. Nos abraza a todos. Nos muestra Jesús en la cruz, que tanto abrió sus brazos para ser crucificado y morir por nosotros. Él nunca cierra la puerta, nunca, sino que te invita a entrar. Entra y ve. Jesús recibe, Jesús acoge. En estos días, cada uno de nosotros transmite el lenguaje de amor de Jesús. Dios te ama; Dios te llama.” (S.P. Papa Francisco, 2023)
De modo personal, quiero agradecer a Francisco, porque su estilo libre de protocolos ha hecho que la Iglesia no sea solo un refugio para quienes se creen perfectos, sino un hogar donde convergen todos: con distintos carismas y dones, diferentes nacionalidades y colores, acentos y lenguas. Todos somos parte de lo que él llama la Santa Madre Iglesia.
Como decía Francisco: una Iglesia pobre para los pobres, una Iglesia al estilo de Jesús, una Iglesia abierta, soñadora, y comprometida con la lucha por un mundo más justo y digno, donde podamos llamarnos verdaderamente hermanos.
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