Por: Carlos Brescani Sj
En el hemisferio sur del continente, entre los países de Chile, Bolivia, Perú y Argentina varios pueblos originarios tales como: Quechua, Aymara, Atacameños, Incas, kawéscar, Yaganes, Selk’nam y Mapuches, comparten una misma cosmovisión en relación al fenómeno natural del Solsticio de invierno, que consiste en la noche más larga del año y el día más corto, interpretandolo como un renacer de la madre tierra y su relación con las personas que habitan este territorio.
En Chile, Celebramos en este tiempo de invierno el wetripantü o “nueva salida del sol” (solsticio de invierno). Wetripantü es el alba de un nuevo ciclo en que toda la tierra se renueva. Celebramos que el sol ya no puede irse más lejos y la noche ya no puede ser más larga. Desde ese momento en adelante el día irá venciendo a la noche. Toda la tierra volverá a cargarse de su fuerza vital, para dar luego los frutos con que el ser humano vivirá. Si la tierra se renueva, nosotros -que somos parte de ella- también.
Desde la sabiduría de los sabios mapuche se nos habla de los espíritus protectores de cada viviente que hay en la naturaleza. Le dice los Ngen, que protegen la vida, que nos habitan y se relacionan con nosotros. Ellos cuidan cada elemento de la naturaleza, le habitan, le cuidan, le animan. Con ellos y a ellos se les ruega para no hacerles daño y poder convivir en armonía. Es una relación de reciprocidad.
Le pedimos permiso para entrar a su lugar como cuando queremos sacar una planta medicinal o acercarnos al mar. Se sabe que estamos interrelacionados con ellos. Como dice un kimnche (sabio) de una comunidad cercana, a propósito del sentido comunitario de la celebración de Wetripantü: En la tierra existen los . Están las cascadas, las aguas que corren, el mar, los cerros sagrados, los volcanes, las estrellas en el medio del cielo, el sol, la luna, ninguno está solo, nada existe en soledad, todos tienen un Ngen.
¡Cuánta falta nos hace aprender a pedir permiso en nuestras relaciones! Al parecer el modelo nos impulsa a acaparar antes que el otro. Con desenfreno a buscar lo que yo necesito antes que lo que nosotros necesitamos como comunidad de vivientes. Pedir permiso para comenzar el día, para sentir el día, para sentir la noche, para sentirnos mutuamente. Actitud que nos abre al milagro del otro (persona y naturaleza) en la vida.
La oración en el wetripantü se hace justo antes de amanecer. En ese espacio-tiempo especial, sagrado nos arrodillamos en la tierra húmeda frente al rewe[1], como queriendo unirnos por medio de nuestra Madre Tierra. Confiados en que estamos profundamente conectados por la tierra-territorio que nos acoge. Como si al ponernos de rodilla todos estuviéramos siendo plantados en la misma tierra, deseando echar raíces para que, unidos en lo profundo de la Madre Tierra, nos experimentemos unidos, entrelazados, conectados e interrelacionados. La Ñuke Mapu o Madre Tierra nos acoge en la oración que hacemos al rayar el alba. Suena el kultrun (tambor ceremonial) y comienza a salir de nuestros labios una plegaria hacia Wenu Chaw Wenu Ñuke (Padre y Madre del Cielo). Nos guían los kimnche, hombres y mujeres por cuyas venas corre la sabiduría mapuche, la cual ha sido transmitida desde los antepasados a través de sueños y visiones reveladoras, así como de las enseñanzas de los abuelos y las abuelas. El ruego comienza a salir de nuestros labios. Es un murmullo que brota del corazón, latiendo al ritmo del kultrun.
Rogamos dando gracias porque aún tenemos vida en nosotros y en la tierra, pero con la misma fuerza pedimos newen (fuerza), fortaleza de lo Alto para nuestra Ñuke Mapu tan violentada por el modelo winka(extranjero). Fortaleza para las comunidades tan resquebrajadas por la pobreza, por la discriminación, por la enfermedad neoliberal que todo lo transforma en mercancía. Cada ruego lo hacemos con una hoja de voigüe -o canelo- en la mano (árbol sagrado); hoja que en cada oración se llena de muday (bebida tradicional) o de murke (harina tostada) para rogar que a nadie le falte lo necesario para vivir. Ni a nosotros, ni a la Madre Tierra. Esta hoja de canelo ha sido en otros tiempos signo de la paz[2]. Queremos paz en el territorio tan violentado por el modelo extractivista neoliberal que ha llenado de conflictos y persecuciones a sus (sobre)vivientes. Rogamos por una paz preñada de justicia.
[1] Altar principal en la rogativa mapuche que consiste en dos grandes ramas de canelo recién cortados y unidos entre sí que se elevan al cielo.
[2] “El ramo de canelo es la insignia de los embaxadores de la paz, y aunque sea entre los enemigos le dan passo franco al indio que lleba en la mano un ramo de canelo, porque en viéndole con el conocen todos que va con embarrada de paz.” De Rosales, Diego. 1877. Historia General del Reyno de Chile. Valparaíso. El Mercurio. P. 147
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