Por Ignacio Castro SJ
Con un elenco millonario (que no necesariamente significa talentoso), con Netflix
como plataforma de difusión y con una temática siempre popular, No miren arriba se ha
transformado en un éxito innegable de taquilla, posicionándose en una de las películas más
vistas y comentadas del año.
Aunque ya han pasado varias semanas de su estreno, la nueva película de Adam
McKay (Vice, La gran apuesta), sigue causando polémica y comentarios cruzados; incluso,
en estos últimos días, el propio director tuvo que salir a “defender su trabajo” indicando que “damos la bienvenida a las críticas. Creo que es algo bueno, que la gente debería luchar y ser apasionada sobre ello”.
Como pasión no nos falta, nos atrevemos a proponer un breve comentario que pueda
ayudarte en ese momento en que decides ver una peli, pero no sabes qué ver.
Muy brevemente (¡spoiler, spoiler, spoiler!), No miren arriba nos presenta una
historia en la que dos científicos descubren un meteorito que impactará sobre la Tierra,
destruyendo nuestro planeta; lo anterior, desencadena una serie de esfuerzos infructuosos
por parte de los académicos por convencer al poder político y a los medios de
comunicación de esta inminente amenaza y de la necesidad de tomar medidas para evitar la
tragedia (¿vieron Armagedon? Es casi un remake).
A pesar de que el tema de la película es débil y repetitivo, el mayor problema no es
el guion, sino la intención fallida del director. A. McKay intenta construir una sátira social
que refleje la entronización del poder económico, de las fake news, de la ingravidez
predominante en la sociedad actual, en contraposición de la invisibilización y el descarte
intencionado del mundo científico y de los temas realmente importantes en la discusión
pública. Sin embargo, esta interesante intención del director se transforma en un juego
hollywoodense pedante y superficial, que rápidamente termina aburriendo al espectador.
Según Ana Valero (experta en derecho constitucional), “la sátira se hace presente
como instrumento de denuncia y crítica social”; por consiguiente, detrás de una sátira hay
un serio y profundo análisis social, haciendo del humor un canal legítimo para escuchar el
grito o el susurro de una sociedad. De esta manera, el/la que decide utilizar la sátira como
forma de expresión tiene la hermosa posibilidad de visibilizar una situación que, hasta ese
momento, era imperceptible para las ciencias sociales o los estudios oficiales-
institucionales.
Sin embargo, lo que vemos en No miren arriba no llega a una sátira, porque la
película es burda, explícita, simple y predecible; lo que vemos en No miren arriba no es
nada que no se haya dicho antes y de mejor manera; lo que vemos en No miren arriba es
fiel reflejo de un cine comercial y anestésico.
En un año con propuestas cinematográficas interesantes, atrevidas y diversas (ver,
por ejemplo, Beginning, Sound of Metal, First Cow, Dune o Annette), No miren arriba se
transforma en una película más de aquel montón de pelis que vemos un domingo por la
tarde y que el lunes ya hemos olvidado.
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