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Natalia Arévalo

La mesa del Señor: ¿Para quiénes está servida?

Seguramente todos vimos las imágenes de la inauguración de los juegos olímpicos, que en un recorrido incluyó desde Los Miserables hasta Gojira y Lady Gaga, y buscó ilustrar elementos clave de la cultura francesa.  Sin embargo, gran parte de la atención de los últimos días se ha dado a la performance protagonizada por drag queens, que se cerró con ellos y ellas reunidos en lo que pareciera un banquete. Y aunque se ha dicho que la escena podría ser la recreación de un festival pagano, relacionado con los dioses del Olimpo, la teoría de que se trataba de una parodia a la última cena cobró una  fuerza impresionante.  

En las múltiples reacciones online leo la molestia esperable de cualquier persona al ver que un elemento fundamental de su identidad ha sido tocado de forma inadecuada, pero que también el tema se ha convertido en una trinchera donde nuevamente el “ellos versus nosotros” pareciera estar eclipsando la posibilidad de diálogo.

En este panorama, y con un poco más de calma, podría uno hacer el ejercicio de rescatar la proposición del prójimo. Como no conocemos lo que hay en la conciencia de los realizadores del evento, podemos ensayar preguntas. Primero, se podría teorizar que la iconografía cristiana está tan arraigada culturalmente, que era de esperar que la Última Cena fuera la primera conexión que se iba a hacer. 

También se podría hacer otro tipo de preguntas: ¿Qué habría de ofensivo en incluir en el cuadro a un grupo de personas que lleva la ropa que expresa su identidad?   ¿Por qué sería una burla que personas que viven su sexualidad e identidad de manera diversa se sentaran a la mesa del Señor? 

Personalmente, si miro las escrituras, descubro que Jesús, quien pasó su ministerio saliendo al encuentro de los excluidos de la cultura, precisamente habría optado por ir a sentarse ahí. 

Como  la proposición detrás de la obra sigue siendo opaca, me atrevo a pasar a buscar qué es lo mejor que puedo esperar de las intenciones de estos artistas. Las performances se caracterizan por ser obras en las que se busca cuestionar modos de la cultura; siguiendo este criterio, es posible reconocer una interpelación de quienes han sido alejados de nuestras comunidades cristianas. 

Veo una demanda por reconocimiento, un llamado a asumir que las diversidades sexuales no van a desaparecer sólo porque miremos hacia otro lado o porque nuestro catecismo les trate como “intrínsecamente desordenados”.  La mesa que vimos en París deja en evidencia que  la mesa donde celebramos nuestra Eucaristía seguirá estando incompleta mientras no seamos capaces de pasar por sobre nuestros prejuicios, para reconocer a cada prójimo con el amor incondicional de Dios Padre/Madre (sí, incluso cuando no comprendamos su identidad). 

 No perdamos la oportunidad de que esta  ‘performance’ se convierta en tiempo de repensarnos, y cuestionar las limitaciones de nuestra experiencia de fe. Pidamos a San Ignacio que nos ayude a vivir cada día un poco más al modo de Jesús, yendo a la frontera a buscar a todas las personas olvidadas, para que quienes se sientan excluidos puedan experimentar la alegría del encuentro con la Vida en Abundancia.

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