La conversión es un tema que aparece con mucha frecuencia tanto en las Escrituras como en la vida de los santos. Tal frecuencia hace evidente su importancia, pero no siempre deja claro lo que significa. A veces se asocia a un evento puntual, a un encuentro personal o un acontecimiento transformador: una luz que ciega, una voz del cielo, una bala de cañón, una lectura que inspira. La contemplación de la Creación puede enseñarnos mucho sobre la conversión.
Hay una criatura en particular, la mariposa, que tiene un proceso vital que nos puede resultar muy iluminador. Casi todos tenemos una noción muy básica de lo que les sucede a estos insectos, pues sabemos que lo que empieza siendo oruga, después de un desarrollo lento y oculto dentro de un capullo, llega a convertirse en mariposa. A este proceso se le llama en biología «holometamorfosis» o «metamorfosis completa». Es sorprendente por lo diferente que se ve y se comporta la larva del insecto adulto. La metamorfosis lo cambia casi todo. A grandes rasgos, esto es lo que sucede:
El trabajo principal de una larva es crecer y cambiar, o mudarse. Cada etapa de la muda se llama instar y algunos insectos mudan hasta cinco veces antes de pasar a la siguiente etapa. Después de mudarse de su estadio final, los insectos que experimentan una metamorfosis completa se convierten en pupas. En algunos casos, las pupas se encierran dentro de un capullo duro o crisálida, que las mariposas y polillas hacen con su propia seda. Una vez completados, colgarán boca abajo de una percha sobre un hilo de seda. Después de emerger de su crisálida, una mariposa recién acuñada puede parecer marchita: sus alas están mojadas y necesitan un par de horas para expandirse antes de emprender el vuelo1.
¿Qué nos enseña esto? Que durante nuestra vida cristiana, después del primer encuentro con Jesús, hay que ir haciendo constantemente cambios o ajustes para intentar asemejarnos a Él, y esto no se da de la noche a la mañana o en automático, sino que requiere tiempo, esfuerzo, silencio, oración, distancia de ciertas cosas, lugares, hábitos, y a veces hasta de personas. En ocasiones parece que nuestra fe pende de un hilo demasiado frágil, o que nuestras alas no están todavía preparadas para volar.
Nuestra conversión exige mucha paciencia, ayuda de otros y confianza en la misericordia de Dios. Podríamos encontrar en los sacramentos, especialmente en el de la Reconciliación, esas mudas necesarias para dejar atrás lo que no queremos ser y comenzar a ser aquello que Dios ha soñado para nosotros. No siempre es sencillo esto de dejar atrás, pues podemos sentir que nos estamos perdiendo, y de cierta forma es así.
Pero para llegar a la madurez de la vida cristiana, es preciso perderse por Cristo y por su Evangelio. Nuestra voluntad y libertad, junto con la gracia de Dios, van realizando, paulatina y gradualmente, ese proceso interior de transformación para llegar a ser todos suyos. San Ignacio en los Ejercicios proponía un camino que puede resumirse en esto: reformar lo deformado, conformar lo reformado, confirmar lo conformado, transformar lo confirmado. Esto es la conversión, nuestra metamorfosis.
Pero la conversión no es un asunto que sólo se juega en lo individual, sino que repercute siempre e inevitablemente en nuestro entorno. Para ello nos puede ayudar la teoría del efecto mariposa que, según el proverbio chino, asegura que «el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo»2. Por lo general, esto se aplica en un sentido negativo, por ejemplo cuando un sutil aleteo de la mariposa desencadena una terrible catástrofe. Pero podríamos aplicar el efecto mariposa también en sentido positivo, partiendo de un momento de dificultad menor que puede dar inicio a un proceso de cambio muy favorable, o un sencillo gesto de amabilidad que consigue transformar la vida de alguien.
Algo queda claro, y es que, nuestros actos, por pequeños que sean, alteran de alguna forma todo lo que nos rodea, para bien o para mal. Nada de lo que somos, decimos o hacemos, está desconectado de la comunidad en donde somos, decimos o hacemos aquello.
Como Iglesia, no cesamos de hablar de conversión porque creemos que todo cristiano está continuamente llamado a convertirse, es decir, a dejarse transformar por el Señor. Si queremos volar hacia el cielo, antes tendremos que atravesar varias mudas, resguardarnos en la crisálida del amor de Dios, y luego salir del capullo para con nuestro aleteo cambiar las realidades de la Iglesia y del mundo.
1. Información obtenida de: https://www.nationalgeographicla.com/animales/2020/08/como-una-oruga- se-convierte-en-mariposa- la-metamorfosis-explicada
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