Por: Benjamín Sáez Mardones
“Ir a Jesús por medio de María significa ir recorriendo la humanidad en su encarnación más profunda, significa caminar hacia la vida eterna cruzando el umbral insalvable de la muerte”
En este mes nuestras capillas, colegios y parroquias adornan la imagen de María, como signo de festividad que encuentra su culmen en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Este mes consagrado a su gloria busca poner de manifiesto el rol de la virgen en la vida de Nuestro Señor, y a su vez viene a recordarnos su presencia constante y fiel en la vida eclesial.
Ignacio cultivó un gran amor y devoción a ella, conocida es una petición que brotó de su corazón: “ponme con tu hijo”. ¿A qué se refiere San Ignacio al decir esto? Probablemente la consciencia de que su ejemplo de vida, su forma de actuar, la profundidad espiritual que poseía le servía a él como un medio para ir creciendo en la amistad con Dios. El deseo de “cercanía” con Cristo lo expresa él como parte de un proceso en donde anhelaba más amarle y seguirle, es decir, el ejemplo de María evocaba para Ignacio amor entrañable y seguimiento radical a Dios.
Pero ¿Qué es lo que vio Ignacio concretamente en ella, o qué dimensiones de su existencia nutrían el discernimiento que venía realizando, y por qué ella se torna un modelo a imitar para el peregrino que optó por escoger lo que sea para mayor gloria de Dios? Siento que las respuestas a estas preguntas pasan por una profunda contemplación del ser más íntimo de la madre del Señor; su entrega libre y abnegada, su compromiso radical y apertura al plan de Dios, su fidelidad y esperanza nos permiten descubrir en ella un camino hacia Jesús.
Ella responde libremente a la invitación del arcángel Gabriel, diciendo: Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices (Lc 1, 38). Es a partir de su autonomía existencial que Cristo puede encarnarse en su vientre y nacer. Fue una mujer que escogió llevar al Unigénito dentro de sí poniéndose de forma admirable al servicio de la Trinidad en la misión redentora de su hijo. Como expresa una canción: por su respuesta generosa se realizó la encarnación.
A ti (…) una espada te atravesará el corazón (Lc 2, 35). Aquellas palabras que Simeón dirigió a María anticipan el dolor de una mujer que debía dar todo de sí para criar y educar a un niño, fruto de su vientre, para que un día muriera en la cruz como sacrificio de reconciliación entre Dios y los hombres. Para Ignacio ese ejemplo de abrazar una elección por Cristo le marcó la senda a seguir; el seguimiento no excluye el dolor y los frutos espirituales que se obtienen, no son asimilables a los frutos del mundo. Esa certeza mariana de que lo esperable al depositar la vida en el proyecto de Cristo poco tiene que ver con los patrones humanos o con las ganancias terrenales.
Ir a Jesús por medio de María significa ir recorriendo la humanidad en su encarnación más profunda, significa caminar hacia la vida eterna cruzando el umbral insalvable de la muerte.
María al pie de la cruz (Jn 19,25). Su elección la condujo hasta este momento. Tuvo fe en su hijo, y en su resurrección, pero debió enfrentar la obscuridad e inseguridad de la cruz, y mantener la esperanza mientras todos renegaban de él. La distribución que plantea Ignacio de las semanas en los Ejercicios Espirituales sigue de cierta forma la dinámica que recorrió María; se conoce internamente al Señor, se le acompaña en la Cruz y se le reencuentra una vez resucitado.
María es la mediadora por excelencia entre nosotros y Jesucristo, y es ejemplo que Ignacio buscó imitar para poder ser un mejor apóstol del señor. Al igual que él, muchos jesuitas y laicos han visto en ella un modelo humano que encarna una vida entregada y abnegada, signo de un amor real y profundo por Jesús.
En este mes, contemplemos la imagen de una mujer que decidió ponerse al servicio de Dios, y que optó por sufrir lo inimaginable con tal de que se cumpliera la voluntad divina. En este mes, pidámosle la gracia de que nos “ponga” cada vez más cerca de Cristo, para así más poder amarle y servirle.
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